La tan esperada reunión entre Trump y Kim Jong-Un, celebrada en Singapur el pasado 12 de junio, ha traído nuevos aires de esperanza para la región. Apenas han firmado algo más que una declaración de intenciones cuyo objetivo final sería la desnuclearización, nada sustancial pero suficiente para seguir manteniendo una incipiente relación y con ella un equilibrio regional.
Pero ¿quién ha ganado? Hay quien señala que el que más ha ganado es Corea del Sur porque sus esfuerzos han dado resultado y puede volver la estabilidad y reducir el riesgo de un conflicto en la península. Eso es una visión muy simplificada y superficial. En realidad, han ganado todas las partes implicadas y esa ganancia es sencillamente tiempo.
Corea del Sur ha vivido amenazada permanentemente por Pyongyang, pero no sólo por las armas nucleares (que si se usan también afectarían a la propia Corea del Norte), sino por la gran cantidad de medios artilleros convencionales que apuntan a Seúl y otras áreas densamente pobladas. Un bombardeo sostenido causaría miles de víctimas en pocas horas y arruinaría sus zonas industriales, paralizando su economía y no hay que olvidar que Corea del Sur exporta aproximadamente el 40% de su PIB, al igual que China es uno de sus principales importadores. Pero tras ello, es EE.UU. quien proporciona el paraguas de seguridad que permite a Corea del Sur seguir desarrollándose, al igual que es EE.UU. quién no puede destruir el potencial nuclear coreano con un ataque militar porque provocaría una respuesta de Corea del Norte no deseada por nadie, empezando por la propia Corea del Sur, China y Japón, todos los cuales han presionado para rebajar las tensiones.
China es otro de los actores implicados, cuyas relaciones con Corea del Norte han sido complicadas pues desde siempre han tenido conflictos. China nunca ha logrado dominar a Corea del Norte y no ve con buenos ojos una posible reunificación entre las dos Coreas, que tampoco es fácil ni probable a corto plazo por razones ideológicas, económicas y de seguridad, y que sólo sería posible si EE.UU. sigue estando presente protegiendo a Corea del Sur, lo que no conviene a China porque si eso ocurriera desaparecería la zona de amortiguamiento que para China le supone actualmente Corea del Norte. Además, una Corea unida constituiría una potencia fuerte que también podría proyectar su influencia política y económica hacia el este chino. Y si hubiera una guerra, los refugiados norcoreanos podrían traspasar la frontera a través del río Yalu y crear nuevos problemas a Pekín. Además, se vería obligada a tomar posiciones y precisamente China necesita reforzar las relaciones económicas y comerciales con Corea del Sur, Japón y EE.UU. Por tanto, China, prefiere que se mantenga el actual equilibrio y que se rebaje la tensión mientras maniobra en otros campos para lograr sus aspiraciones geopolíticas y geoestratégicas, como el control del Mar de China Meridional y el desarrollo de su Ruta de la Seda.
También Japón está muy pendiente de Corea del Norte porque está dentro del alcance de los misiles coreanos y su alianza con EE.UU. lo sitúa como objetivo en caso de guerra, al que Corea del Norte no dudaría en atacar porque en su memoria está muy presente la era de dominación japonesa sobre la península coreana. Aunque está bajo el paraguas defensivo estadounidense, en los últimos años ha comenzado a rearmarse, de momento sólo con fines defensivos, pero ya está pensando en algo más.
Rusia también está interesada en este asunto porque Corea siempre estuvo dentro de los intereses geopolíticos rusos, aunque tampoco es algo vital para ellos. Ciertamente no desea que haya una proliferación nuclear en la zona, pero su principal interés está en mantener ocupado a EE.UU. en la interminable crisis coreana, lo que le obliga a distraer fuerzas, y en seguir apareciendo ante el mundo como una potencia importante con la que hay que contar.
Naturalmente, EE.UU. es uno de los principales actores que se encuentra en una posición difícil, en la que no le gustaría estar, pero de la que no puede retirarse. Debe evitar la consumación del programa nuclear de Corea del Norte, que amenaza a sus socios en la zona –y mostrar que está
decidido a protegerlos- cuyos misiles en un futuro podrían amenazar a los propios EE.UU., al tiempo que necesita frenar la expansión de la influencia china.
La principal preocupación de Corea del Norte es el mantenimiento del propio régimen y en ese aspecto ha logrado algo muy importante de cara a sus propios ciudadanos – que han sufrido en sus carnes el costosísimo programa nuclear- y es que ha conseguido sentar en una mesa de negociaciones a la primera potencia mundial. Por tanto, el primer ganador es Kim. No va a deshacerse de sus armas nucleares, que son su salvoconducto para el futuro. Pero quizá tampoco continúe con su desarrollo para obtener misiles más potentes capaces de alcanzar territorio americano, pues no lo necesita, siempre y cuando Trump mantenga las garantías de seguridad que ha prometido a Kim. Pero a cambio de no proseguir desarrollando sus armas nucleares pedirá una reducción de fuerzas norteamericanas en la zona, que EE.UU. no aceptará, y por supuesto una reducción de las sanciones, que quizá logre en parte, pero todo esto en una interminable serie de negociaciones durante las cuales se mantendrá la deseada estabilidad. En conclusión, como se ha mencionado al principio, se ha ganado tiempo que todos aprovecharán para afianzar posiciones, alianzas y estrategias.
Annemarie Bella
Head of International Relations & Co-Founder de Global Intelligence