Comencemos por el coche eléctrico que tan en boga está en estos tiempos de sensibilidad medioambiental. Se nos dice que es limpio, que no contamina, que no es el futuro, sino que ya es el presente y que la tendencia mundial va por este camino. De hecho, todas las marcas ya disponen de algún modelo, ya sea híbrido o eléctrico total. Para incentivar su compra nos hacen algunas comparaciones más o menos discutibles tales como el ahorro que supone en combustible o la casi ausencia de mantenimiento. Paralelamente se demonizan los coches de gasoil o gasolina. No nos dicen que su precio es más caro o que las baterías no duran eternamente y tienen un alto coste. Pero consideremos otros factores, distintos de los que el usuario percibe, para ver si efectivamente el futuro será de los coches eléctricos.
Las calles están atestadas de coches que duermen al raso porque no tienen garaje. La recarga de esos coches está supeditada a los puntos de recarga disponibles, las llamadas electrolineras. Consideremos que el tiempo medio de recarga rápida es de unos 30 minutos y que una electrolinera disponga de 20 puntos de recarga (20 coches en batería ocupan un considerable espacio). ¿Está dispuesto a perder ese tiempo cada vez que necesite recargarlo? Recuerde que otros usuarios también necesitarán recargarlo al mismo tiempo que usted, con lo que la espera aumenta. Vayamos a los que sí tienen garaje y supongamos un garaje comunitario con 50 aparcamientos, cada uno dotado con su cargador al que cada noche los usuarios dejarían conectado su vehículo. ¿Creen que la red actual de esa comunidad lo soportaría? No, tendrían que hacer cambios sustanciales y costosos. Por cierto, ¿han oído hablar de la tasa de simultaneidad? Pues básicamente consiste en que en el caso anterior no todos podrían poner su coche a cargar al mismo tiempo.
Sigamos haciéndonos preguntas que van aun más allá: según un estudio publicado por ABC “En caso de que la mitad de los coches de la Comunidad de Madrid pasaran a ser eléctricos, el consumo total de la región ascendería en 1.754.160.975 kWh al año, lo que sería soportable; sin embargo, se perfila un escenario más problemático: en cuanto a la potencia, en el supuesto de que la mitad de los coches se cambiaran y tuvieran que aumentar la potencia de 4,6 a 6,9 kW contratados se requerirían 3.842.447,85 kW adicionales en la Comunidad, por lo que el sistema eléctrico sí debería de adaptarse”. El estudio me parece correcto pero muy optimista, pues no hay más que ver que en las zonas turísticas a veces hay dificultades para mantener los aires acondicionados en días muy calurosos. Y es aquí donde empieza el padecimiento, porque adaptar la red eléctrica exige enormes inversiones que alguien tendrá que pagar. Adivinen quién. La cosa no queda aquí, porque además habría que aumentar la producción eléctrica para satisfacer la nueva y enorme demanda. Recordemos que a día de hoy la electricidad se obtiene a partir de otros recursos, principalmente fósiles: carbón, petróleo y gas. La producción de electricidad genera emisiones, y muchas, aunque ciertamente no dentro de las ciudades. Por tanto, a veces nos fijamos en la inocuidad del producto final olvidando que la cadena de producción no es precisamente limpia ni barata. Añadamos otros elementos que nos pasan desapercibidos: adaptar la red eléctrica supone muchísimo cableado nuevo, principalmente cobre (que no es infinito) y reciclado de parte de él (todo reciclado exige más energía y contaminación). Y luego está el problema de las baterías, tanto de su producción (las habituales de ion-litio llevan como elemento principal al litio que es la “nueva gasolina”, lo que creará un problema geopolítico como en su día el petróleo) como de su reciclado posterior al contener productos tóxicos. Si unimos todos esos elementos podemos observar que la propia fabricación de un coche eléctrico es más cara que uno convencional y que su producción de principio a fin es bastante menos limpia de lo que nos dicen. Lo que no contamina al final lo hace al principio. Así pues, tras el boom de estos primeros años es probable que el desarrollo de los vehículos eléctricos se centre más en el transporte público y de mercancías, donde sí puede tener un interesante futuro, y mucho menos en el coche particular. Aquí tienen mucho que decir los especialistas en urbanismo y en movilidad urbana. Se imponen cambios en usos y en tecnología. Pero sobre todo se necesita planificación, no imposiciones a corto plazo.
Cuando se plantean estas cuestiones la respuesta que se recibe suele ser la de que con el tiempo se reducirá el precio porque la tecnología avanza mucho y se toma como ejemplo cosas tales como el precio de muchos aparatos que inicialmente eran caros y ahora son mucho más baratos. Y es cierto, pero la tecnología actual emplea materiales que son cada día más caros por su escasez o su dificultad de extracción y transformación, que llevan aparejados un mayor consumo de energía e incluso de agua, otro bien que será escenario de problemas futuros. Y es la producción y consumo de energía el talón de Aquiles que complica nuestras tecnologías y nuestro porvenir. Por eso se buscan desesperadamente nuevas fuentes de energía inagotables, baratas y limpias, como la solar o la eólica, parches que pueden solucionar algunas cosas durante un tiempo pero que no son la solución definitiva. Y es que toda solución engendra nuevos problemas. Murphy, si hubiera existido, estaría orgulloso de la inmutabilidad de sus leyes.
Eso es lo que ocurre con las llamadas energías limpias, también conocidas como sostenibles o renovables, porque nuevamente tenemos que si bien el producto final puede ser renovable o limpio, su proceso de fabricación no lo es en absoluto y tampoco su sostenibilidad. Dejando aparte la Tasa de Retorno Energético (TRE) o la de retorno económico, que ambos casos vienen a comparar cuánto se obtiene en relación a lo que se invierte y que en el caso de estas energías es muy discutible, vamos a centrarnos brevemente en otros aspectos que dan una idea de que todo no es de color de rosa como muchas veces nos presentan.
¿Qué es lo que hace posible que las nuevas tecnologías avancen y sean cada vez mejores y más potentes? Principalmente gracias a las conocidas como “tierras raras” y algunos otros minerales como el coltán (columbita-tantalita). La mera extracción de estos minerales es costosa porque suelen estar mezclados con otros y en muchos casos son contaminantes. Tampoco son particularmente abundantes, aunque no escasean a día de hoy, pero son absolutamente necesarios para la fabricación de móviles, placas solares, aerogeneradores, coches eléctricos, ordenadores, bombillas de bajo consumo y un sinfín de elementos que usamos diariamente. Para hacernos una idea, la purificación de cada tonelada de tierras raras utiliza al menos 200 metros cúbicos de agua (200.000 litros) que se carga con ácidos y metales pesados que deben ser depurados antes de ser evacuados. Pero si la extracción ya presenta sus inconvenientes, el refinado y producción final de estos minerales para que puedan ser utilizados en la tecnología produce otros problemas relacionados con el consumo de energía, agua y desechos contaminantes. Son costes medioambientales a los que debemos añadir los costes sanitarios. Si, porque occidente es consciente del problema y en muchas ocasiones la extracción se produce en un país, pero su elaboración se hace en otro donde hay pocos miramientos con el medio ambiente y la salud laboral de los trabajadores. O directamente lo compran en esos países que los extraen y elaboran. Y China es un buen ejemplo puesto que tiene el monopolio de la producción de tierras raras sin importarle demasiado el medio ambiente, para que el mundo occidental no sufra un problema que sería inasumible por sus sociedades. Claro que a cambio China ha logrado tener acceso a las muy superiores tecnologías de los países más desarrollados, lo que le ha dado ventaja y pone de manifiesto que las tierras raras serán motivo de conflictos futuros. Pero aquí entramos en otra materia relacionada con la geopolítica y la geo-estrategia que da para escribir varios artículos.
Así las cosas, volvemos al problema inicial: la energía. Porque extraer estos metales requiere mucha energía. Quizá en el futuro algunos de esos metales escasearán, pero otros no (se está explorando el fondo marino y ya hay proyectos para recuperar asteroides que contienen todo tipo de elementos, lo que requiere enormes inversiones), por lo que los límites de nuestro sistema extractivista no residen en la cantidad de minerales disponibles, sino en el coste de la energía necesaria para extraerlos. Y dado el ritmo actual y sin contar con problemas políticos, es posible que la demanda supere a la producción, con el consiguiente aumento de los precios. Ni siquiera el reciclaje es una buena opción, porque aun no hay una tecnología que resulte suficientemente rentable y poco contaminante.
Finalmente, un dato relacionado con la energía: si la nube de Internet fuera un país, sería el quinto en consumo eléctrico, estimándose que las TIC consumen el 10% de la electricidad mundial y aumentando, lo que significa, por ejemplo, que produce casi el doble de gases de efecto invernadero que el transporte aéreo mundial. Para reducir la alta demanda de energía y aumentar la productividad de los servidores, a Microsoft se le ocurrió situar sus centros de datos bajo el mar. Veremos cómo resulta.
Suele decirse que el dinero mueve el mundo. No, es la energía la que produce dinero porque ella mueve las industrias y quien domine la energía dominará al mundo.
Antonio Manuel
Analista y Consultor Senior de Inteligencia y Seguridad