El acuerdo nuclear de 2015 entre Irán y seis potencias mundiales, -Estados Unidos, Rusia, China, Reino Unido, Francia y Alemania- (no con la UE como han dicho algunos), fue firmado tras unas negociaciones que duraron cerca de dos años. Se le llamó Plan Conjunto de Acción Comprehensiva -integral- (JCPOA, por sus siglas en inglés) y fue considerado internacionalmente como un hito en la política exterior del entonces presidente estadounidense Barack Obama. El actual mandatario, Donald Trump, que siempre criticó el acuerdo, ha decidido retirar a EEUU del pacto. Esto coincide en el tiempo con el traslado de la embajada de EEUU en Israel a Jerusalén; por cierto, Israel también había criticado el pacto nuclear con Irán, su enemigo en la zona.

Los medios de comunicación han señalado que el motivo principal de esta decisión estadounidense viene porque no se fían de lo que está haciendo Irán. Ante las protestas del resto de los países firmantes del acuerdo, Israel acudió en ayuda de Trump alegando que Irán mintió acerca de sus ambiciones nucleares y que trabaja en un proyecto secreto para seguir desarrollando armas nucleares. Algo que no ha podido demostrar.

Sin embargo, la decisión de Trump tiene varios componentes, unos de orden geopolítico, como satisfacer a Israel y Arabia Saudí que son los aliados de EEUU y los enemigos naturales de Irán, y otros geoeconómicos en los que el petróleo vuelve a ser la clave de este asunto. Y aquí hay intereses encontrados con el resto del mundo. Un conflicto con Irán serviría para disparar rápidamente el precio del petróleo, lo cual daría un balón de oxígeno a la industria del fracking1 estadounidense – muy subvencionada e insoportable a medio plazo- y de paso proporcionaría importantes ingresos a su aliado Arabia Saudí, que entre la bajada de los precios del petróleo del pasado año y la guerra que mantiene en Yemen, andan muy necesitados de dinero. De hecho, la mera posibilidad de que haya un conflicto ya ha hecho subir los precios hasta los 80 dólares y aunque habrá algunas oscilaciones la tendencia será al alza. Si se reanudan las sanciones contra Irán, no podrá exportar su petróleo y la oferta disminuirá encareciendo los precios. Y esto no conviene en absoluto al resto del mundo y en particular a Europa, que aun arrastra los efectos de la crisis. A Rusia sí le interesa porque su economía depende del petróleo y del gas, pero dirá no a EEUU porque también le ha impuesto sanciones, por la tensión política que sostienen y porque además mantiene una alianza con Irán en Siria y una de las cosas que Rusia está manejando muy bien, es demostrar que es un aliado fiable en contraposición a EEUU y que, tras esta salida del acuerdo, queda ante el mundo como un incumplidor de los acuerdos.

Si las sanciones anunciadas de EEUU contra Irán se llevan a cabo, hay muchas empresas europeas y asiáticas que se verán involucradas. La mayor parte de los intercambios de productos iraníes se producen con India y China, que algo tendrán que decir al respecto. Por otra parte, potentes empresas como Airbus, Lufthansa, Peugeot, Total, BASF, Eni o Siemens, entre otras, tienen importantes contratos firmados con Irán, a los que tendrían que poner fin entre el 7 de agosto y el 5 de noviembre próximos (según sectores), de acuerdo con el ultimátum de Trump, por lo que los países afectados han solicitado exenciones para los contratos ya firmados. Trump aún no les ha dado respuesta, pero la UE no parece muy dispuesta a aceptar sin más los dictados de EEUU, con quien ya tiene los preludios de una guerra comercial –que trata de evitar a toda costa- a causa de los aranceles.

Es la guerra económica de toda la vida pero que cada vez tiene mayor importancia, aunque a la opinión pública le suele pasar muy desapercibida, principalmente porque los medios de comunicación fijan su atención en los medios que se utilizan para ella: manipulación de finanzas, aranceles, control de recursos, sanciones económicas, etc., que suelen presentarse en tiempo y lugares diferentes, de manera inconexa, por lo que la gente no tiene una percepción clara de los hechos y de las consecuencias de este tipo de guerras que, aparentemente, no tienen un desenlace cruento directo.

Antonio Manuel
Analista y Consultor Senior de Inteligencia y Seguridad – Global Intelligence


1 El propio Rex Tillerson, antiguo Consejero Delegado de Exxon, reconoció en 2015 que “en el fracking hemos perdido todos hasta la camisa”. Sin embargo, con Trump en la presidencia, la producción ha vuelto a ascender, animada por la subida del petróleo. Los expertos aseguran que las ganancias del 2017 de las empresas dedicadas al fracking han podido conseguirlas gracias a la nueva ley de impuestos y exenciones, que apenas compensa las pérdidas de años anteriores.